Publicado por Zuleika Matamoros | Jul 14, 2017
Por Enrique Ochoa Antich (*)
Hace pocos días, compartí con varias organizaciones políticas y civiles despolarizadas un pronunciamiento colectivo en el que, además de exigir un acuerdo para evitar la violencia basado en la suspensión de la ANC y la aceptación de un cronograma electoral que termine con elecciones presidenciales en diciembre de 2018, pedíamos a la MUD declinar los términos de la consulta ciudadana del domingo 16. Sabíamos de antemano que se trataba de una petición improbable pues, dentro y fuera de la MUD, se hicieron gestiones en ese sentido, todas infructuosas. Mi opinión desde el principio era que la cúpula extremista que se ha posesionado de la MUD no produciría ninguno de esos cambios solicitados pues ellos amenazarían su propia hegemonía política al interior de la alianza. Quiero ahora explicar aquí las razones que me hacen no votar el 16.
Lo primero que querría testimoniar es que tuve la disposición de hacerlo. Cuando supe de la consulta, más allá de mis divergencias con la dirección política de la MUD, me dije que se trataba al menos de una iniciativa pacífica, electoral, democrática, y que cualquier cosa diferente a la confrontación sangrienta en la que hemos sumido al país desde hace tres meses debía ser encomiada. Imaginaba, como creo lo hacía la inmensa mayoría del país y en particular del pueblo que hace oposición al gobierno, que la pregunta sería una. Más o menos la primera de las tres que serán sometidas a consulta este domingo: ¿Está usted de acuerdo con la Asamblea Nacional Constituyente convocada por el presidente de la república?, o algo parecido. Si así hubiese sido, yo habría participado de esta consulta y habría sumado mi voto en rechazo a esta Constituyente espuria y a la fuerza que no es sino un auto-golpe de Nicolás Maduro que lo convierte en un neo-dictador.
Sin embargo, la MUD propuso otras dos preguntas. Al leer su contenido, sentí que estaba siendo víctima de una trampa: la primera pregunta era sólo el aperitivo para obtener del elector la aprobación/legitimación de la línea política adoptada por la MUD que, de un tiempo a esta parte, no comparto: la del maximalismo extremista, la del “Maduro vete ya” como única consigna (lo que un amigo llama el maduroveteyaismo), la del todo o nada, la de la calle sin retorno (sic), la de la protesta sin y contra el diálogo y la negociación, la del 350 y demás metafísicas. A esta sensación primaria se agregaron varias declaraciones de supina irresponsabilidad política por parte de algunos voceros oficiales de la MUD según los cuales el 16 es la hora 0 y a partir de esa fecha estaríamos entrando en la etapa decisiva. Una de las autoridades de la MUD llegó a decir en un programa de radio que antes del 30J saldríamos de Maduro. De inmediato, me pregunté si votar -aún sólo por la primera pregunta- no era convertirme en comparsa de esta tragicomedia.
Como soy partidario de la ruta democrática que la oposición escogió en 2006 luego de que fracasara una estrategia parecida a ésta de la MUD hoy (golpe-paro-abstención), ruta con la que logramos ganar el referendo de la reforma constitucional, reconquistar gobernaciones y alcaldías, estar muy cerca de ganar la presidencia y finalmente obtener la mayoría de la AN; como creo en la acumulación progresiva de fuerzas (no sólo electoral sino política, social, institucional); como el análisis de la correlación de fuerzas que hago no me permite suponer que porque la oposición al gobierno sea del 80 %, el 20 % restante tenga tan poco poder que vaya a dejarse derrocar; como por lo tanto veo posible una nueva derrota y de seguidas más desesperanza aprendida, proveniente de la demagógica ilusión sembrada por algunos acerca de un cambio político inminente; como soy partidario casi dogmático del diálogo y la negociación y sé bien que en tres oportunidades de 2016 a 2017 la MUD rechazó acuerdos posibles, altamente provechosos a las fuerzas democráticas, sólo porque no incluían la salida de Maduro ya; como creo que esta estrategia del contrapoder, del otro poder, tiene sólo dos posibles desarrollos: o degenera en más fractura y más violencia, incluso en una guerra civil, financiada desde el exterior e incluso con una intervención extranjera, lo que sería una verdadera tragedia nacional, si es que las naciones del mundo pretenden reconocer a este “gobierno” de la MUD (lo que está por verse), o termina en el ridículo, lo que es muy probable, en instituciones fantasmas y sin destino, en magistrados y rectores deambulando por ahí, algo así como un gobierno en el exilio pero adentro; y, finalmente, como las preguntas 2 y 3 constituyen una negación de mis convicciones y convierten a la pregunta 1 sólo en una trapisonda y participar equivaldría a validar esa estrategia opositora, prefiero abstenerme de votar.
La MUD ha asumido una estrategia: derrocar a Maduro por la fuerza e iniciar un proceso de transición a la democracia plena sin negociación alguna con los desplazados del poder. No le arriendo la ganancia ni en el primero ni en el segundo objetivo, pero ojalá tenga éxito. Seré muy feliz al reconocer mi error. Pero si el 1 de agosto Maduro amanece despachando desde Miraflores; si la ANC desplaza a la AN que tanto costó ganar e impone un nuevo régimen político, una legitimidad ilegítima; si nada sucede con el 350, deberían los actuales jerarcas de la MUD al menos mirarse en el espejo de lo que hacen los políticos europeos después de la derrota: reconocerla con humildad y renunciar a su vocería.
(*) conocido opositor al gobierno. Político y escritor venezolano. Fue miembro fundador del Movimiento al Socialismo (MAS) desde 1971 del cual llegó a ser secretario general cuando era partido de gobierno durante la administración del presidente Rafael Caldera (1994-1999) y al que renunció en 1997
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