Por Rafael Cuevas Molina (*)
El problema real de Venezuela no está ni en la forma de gobernar ni si convoca o no a elecciones, sino que en ese país, por primera vez desde la Revolución Cubana en 1959, se está llevando a cabo un proceso que ha empoderado a amplios sectores de la población que siempre estuvieron marginados en todos los sentidos.
La Deutsche Welle en español, televisión pública alemana que transmite hacia toda América Latina, dedicó por enésima vez su programa Cuadriga, del jueves 6 de julio, a denostar a Venezuela. Según los “analistas” invitados, gente en general bastante desinformada, de cuestionable nivel y de repetida presencia en el programa, la Revolución Bolivariana, o “el régimen de maduro” como gustan llamarle, se encuentra ante el inminente tropezón final.
La Deutsche Welle en español, televisión pública alemana que transmite hacia toda América Latina, dedicó por enésima vez su programa Cuadriga, del jueves 6 de julio, a denostar a Venezuela. Según los “analistas” invitados, gente en general bastante desinformada, de cuestionable nivel y de repetida presencia en el programa, la Revolución Bolivariana, o “el régimen de maduro” como gustan llamarle, se encuentra ante el inminente tropezón final.
Poco importaría, en realidad, la opinión de esos señores, de no ser porque forman parte de esa cadena mediática multinacional que se repite y cita a sí misma, y va creando patrones de opinión basados en información parcializada que ellos mismos fabrican.
La Revolución Bolivariana está atravesando momentos difíciles, es cierto, pero no es ni la primera vez ni será la última vez que esto suceda. Desde que empezó a perfilarse, allá a finales de la década de los noventa, luego de la llegada de Hugo Chávez al gobierno, el proceso se ha encontrado tenazmente asediado. Solo a manera de ejemplo recuérdese el golpe de Estado que logró desplazarlo brevemente de la presidencia en 2002, y el llamado paro petrolero, en el que la burguesía rentista venezolana se aferró con uñas y dientes a PDVSA, su principal fuente de lucro bandido. Son solo dos ejemplos de la larga cadena de intentos violentos y golpistas de la derecha por hacerse nuevamente del poder.
A pesar de estar en esa situación de acoso constante, el gobierno bolivariano se dio a la tarea de convocar, una tras otra, elecciones y consultas que, cuando le fueron adversas, hidalgamente salió a reconocerlo. Ese fue el caso del referéndum en el que no se aprobó el tema de la reelección, y de la pérdida de la mayoría por parte de PSUV y sus aliados en la Asamblea Nacional. Venezuela ha sido un ejemplo de respeto a las reglas de la democracia representativa, y más aún lo ha sido por sus esfuerzos dirigidos a tratar de ampliarla para hacerla participativa.
El problema real de Venezuela no está ni en la forma de gobernar ni si convoca o no a elecciones, sino que en ese país, por primera vez desde la Revolución Cubana en 1959, se está llevando a cabo un proceso que ha empoderado a amplios sectores de la población que siempre estuvieron marginados en todos los sentidos.
Es lo que los “analistas” de la Deutsche Welle y sus congéneres llaman “el núcleo duro chavista”, que son los mismos a los que, en Caracas, se les conocen como “los negros de los cerros”, es decir, la gente que vive en tugurios en los montes que rodean a la ciudad y que se cuentan por miles. Los mismos que en 1989 bajaron de esos cerros en zafarrancho imparable en aquellas jornadas conocidas como El Caracazo, y que trece años más tarde volverían a manifestarse abiertamente, forzando la restitución de Chávez después del cruento golpe de Estado que había colocado a Pedro Carmona, conocido desde entonces como El Breve, como presidente.
Esto sectores, más los campesinos y las nuevas clases medias, en buena parte conformadas por aquellos que se han visto beneficiados por las políticas sociales de vivienda, educación, alimentación, salud, etc. Es decir, los que nunca fueron tomados en cuenta, a tal grado que una de las medidas iniciales del proceso fue dar carné de identidad a cientos de miles de personas que ni siquiera se encontraban reconocidas por el Estado venezolano como ciudadanos.
Este empoderamiento de los de abajo no ha sido solamente, y tal vez tampoco en primer lugar, de orden material, sino en primer lugar simbólico, ideológico, cultural. Por primera vez los “nadies”, como los llama Pino Solanas en Argentina, forman parte de un proyecto que los asume como sujetos y actores sociales protagónicos; para los que conceptos como nación y patria cobran por primera vez sentido y se llenan de contenido.
Debo decir que considero que estos aspectos de la batalla cultural son los que me parecen más importantes en un proceso de cambio social como el que pretende llevarse a cabo en Venezuela, y que creo que en ese país, a pesar de todo lo hecho en ese sentido, se podría haber hecho muchísimo más, especialmente en lo referente a los hábitos de consumo que los venezolanos tienen tan arraigados. Pero una cosa es ver los toros desde la barrera y otra lidiar con ellos.
Este empoderamiento de los sectores populares y su lealtad es, por un lado, lo que impide que la llamada oposición venezolana logre concretar esa anhelada “hora cero”; y, por otro lado, es lo que provoca ese encono internacional, que tiene mucho de racista y colonialista
(*) Escritor, filósofo, pintor, investigador y profesor universitario nacido en Guatemala. Ha publicado tres novelas y cuentos y poemas en revistas. Es catedrático e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos (Idela) de la Universidad de Costa Rica y presidente AUNA-Costa Rica.
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