Por Ricardo Arturo Salgado Bonilla
Muchas veces elaboramos nuestros juicios apegándonos lo más posible al rigor científico. Normalmente, no aparecen en ellos las anécdotas, los relatos de protagonistas o testigos, tampoco medimos el peso de estos en una determinada coyuntura.
Esos relatos, que vuelan en la tradición oral, y la típica expresión “me lo contó alguien que tiene porque saberlo”, pueden explicar, en parte, la dimensión de acontecimientos que nosotros apenas percibimos.
El golpe de Estado Militar contra Manuel Zelaya Rosales fue instigado, coordinado y patrocinado por los Estados Unidos, y dirigido contra el Alba. Era el primer golpe contra la década ganada por los pueblos latinoamericanos. Pero nada surge de la nada, la Honduras de 2009 era el producto de un proceso, de una oligarquía perturbada por las inusuales acciones soberanas del presidente y algunos de sus ministros. Pocos entienden la dimensión del cambio que surgió a raíz de la confrontación entre las élites hondureñas, y un puñado de liberales que creyeron que cambiar Honduras era posible.
Para Zelaya Rosales, ser presidente de Honduras no significaba lo mismo que para Estados Unidos o la servil clase dominante local. De ahí que su primera experiencia negativa se diera en un almuerzo al que lo invitó Charles Ford, embajador gringo, días antes de que tomara posesión de su cargo. Al final de la velada, el solicito diplomático puso un sobre en el saco del entonces presidente electo, y le sugirió “abrirlo en su casa”. Apremiado por la curiosidad, Zelaya llegó a su casa y como pudo encontró espacio privado para leer el contenido. Su sorpresa fue que en la nota venían tres nombres posibles de candidatos a ministro por cada ministerio, y, lo peor, entre los nombres figuraban muchos de sus colaboradores cercanos.
Decidido a ir por su camino, nombró como Secretario de Relación Exteriores a Jorge Arturo Reina, ex rector universitario, liberal, conocido por sus luchas desde estudiante y su apoyo a la liberación de Nicaragua. Los gringos rechazaron de inmediato la nominación, con la explicación de que “Jorge Arturo es comunista y está en la lista de indeseados de Estados Unidos”. Varios colaboradores se dedicaron a persuadir a Zelaya de que no le convenía desafiar a los gringos, y que nombrara otra persona, como en efecto hizo. Había perdido el primer pulso con el imperio, pero, desde mi óptica, “ahí comenzó todo”.
La visión del Gobierno del Poder Ciudadano era netamente de corte social. Además, estaba claro que las divisas del país salían a granel debido al gasto en energía, así como en negocios ilegales en telecomunicaciones. Por lo tanto, desarrollar una agenda social de reducción de la pobreza (nada salido de un texto marxista), era necesario ahorrar. Pero el ahorro debía darse gastando menos en importación de combustibles, y eliminar la fuga de capital en lo que se conocía como “Tráfico Gris” en las llamadas telefónicas. Esto asustó a todos los poderosos, a la oligarquía, a las transnacionales, y las alarmas se dispararon. Ya en marzo de 2006 habían llegado al país Otto Reich, y el venezolano Robert Carmona, como inversionistas en telecomunicaciones, ¿casualidad? Nein, no, njet.
En lo de los combustibles, Zelaya y su Poder Ciudadano, siguieron la ruta de la licitación de combustibles, que al final ganó la transnacional Connoco Philips, gringa, of course. Pero las transnacionales del petróleo, ya operando en el país, los importadores, incluyendo los generadores de energía eléctrica, hicieron que el asunto no llegara nunca a feliz término. Otro round a favor de los lacayos del imperio, que se sumían más y más en la fiebre anticomunista, y desplegaban una guerra mediática que dejó tirada la verdad en 2006, y continúa todavía ahora, en 2019.
En el sector de telecomunicaciones, Hondutel, la empresa de telecomunicaciones del Estado, además de rentable, era un objetivo central del ataque neoliberal. Aparecieron decenas de “compañías” que vendían llamadas “baratas”. En ese negocio estaban involucrados muchos de los más conspicuos miembros de la sociedad hondureña. Ahí se libraría otra batalla dura. En la ruta del ahorro para inversión social, Hondutel, lanzó una campaña para eliminar toda la actividad de tráfico gris, que fundamentalmente consistía en robar al estado de Honduras. Esa tarea recayó en Marcelo Chimirri, quien hizo un amplio listado de todas las empresas, y con ella llegó a ver al presidente Zelaya, a quien le dijo: “Aquí está la lista de tráfico gris, revísala porque ahí van muchos conocidos tuyos”. Zelaya replicó: “No quiero verla, procede con todas las herramientas que te da la ley”.
Y eso hizo Chimirri, y desmanteló varias empresas, pero llegó un día y se fue contra una empresa de una familia árabe hondureña, Kattan, de San Pedro Sula. Decomisó equipos, y suspendieron toda operación de la empresa. En cuestión de horas vino la reacción airada de la oligarquía. El presidente Zelaya recibe una llamada de su secretaria, quien le dije: “¿Ya viene usted? Porque aquí lo están esperando la presidenta de la Corte Suprema de Justicia (1), el Comisionado de los Derechos Humanos (2), y el Fiscal General de la República (3), y dicen que no se van sin hablar con usted”.
En la plática, la presidenta de la corte demandó que se devolviera todo a la familia Kattan, y se le dejara operar libremente. El Comisionado de Derechos Humanos se rasgó las vestiduras reclamando por aquella afrenta contra “una de las familias más honorables de Honduras”. Por supuesto, Zelaya pidió la opinión jurídica del fiscal quien le explicó, que el “tráfico gris” no existía, que ese era un asunto oscuro en la ley, por eso se llama “tráfico gris”. Acto seguido, el fiscal general, amenazó con poner su renuncia irrevocable, si no se echaba marcha atrás con la ilustre familia aquella.
Más tarde, ese mismo día, el presidente recibió la visita del embajador gringo, Charles Ford, quien exigía se devolviera todo de inmediato, y anunciaba, cual oráculo, que lo que había hecho Chimirri era imperdonable y nunca lo olvidarían. Se ha dicho mucho sobre lo que es o no Chimirri, pero hoy, en 2019, está preso, no dejaron de perseguirlo ni un minuto desde aquel momento. Incluso su esposa fue puesta en prisión. Él y su familia, siguen pagando el desafío a la oligarquía y al imperio, en Honduras nadie va preso por fechorías, pero sí por oponerse al sistema.
Mientras el país seguía su ruta, con un crecimiento económico superior al usual, y diversos procesos destinados a reducción de la pobreza, los medios de comunicación pintaban un escenario de crisis y fatalidad. Y la clase media compraba la historia de tensión de los medios, controlados por magnates involucrados en otros rubros, como los farmacéuticos o la venta de armas. Zelaya estaba enfrentando al poder, los intereses que controlan Honduras; a los grupos que entregan el país a los Estados Unidos. Como vemos, no hay políticos en el medio, el problema es de intereses. Los políticos aparecerán como “operadores” de crisis al servicio del poder real. Igual sucede con las Fuerzas Armadas, que sirven directamente a Estados Unidos.
Y aquí, en este contexto, Zelaya decide dar un paso adelante, ve hacia el sur, hacia petrocaribe. Los acercamientos al presidente Chávez habían iniciado antes, en una cumbre de presidentes, en la que el mandatario hondureño solicitó una reunión con el comandante bolivariano. En aquella reunión, Mel, plantea su intención, y Chávez le dijo con mucho aplomo: “Mira Zelaya, si te acercas a mí, te van a sacar los gringos”. Está claro que no existe nada casual, el camino hacia petrocaribe y el Alba, desafiaban al mismísimo demonio, y las decisiones que se tomaron fueron conscientes. Los números mostraban que el gran beneficiado sería el pueblo hondureño.
A Zelaya lo increparon tanto George Bush, como el tenebroso John Dimitri Negroponte por su relación con Venezuela y Petrocaribe, al tiempo que le advertían que ni se le ocurriera entrar al Alba. De hecho, en el famoso salón oval de la Casa Blanca (quizá fue en otro salón, quien sabe), Bush le preguntó a Zelaya: “¿Qué les da a ustedes Chávez que nosotros no les demos?”, a lo que el presidente hondureño contestó “petróleo barato”. Bush estalló en un exabrupto afirmando que cómo iba a ser que Venezuela diera petróleo, que no tenía petróleo. En ese momento, el singular mandatario gringo volteó la mirada hacia uno de sus asistentes (posiblemente Dick Cheney) y este le asintió, confirmando lo que decía el hondureño. Daba la impresión de que el hegemon del imperio no sabía de qué hablaba. Eran tiempos del barril de combustible rondando los 150 dólares.
El precio de los combustibles y la energía se mantuvieron estables y bajos para los hondureños, mientras se producía la gran crisis económica del capitalismo. El gobierno del Poder Ciudadano se atrevió, a partir de entonces Honduras es otra. A partir de entonces, la oligarquía, y el imperio nos robaron el derecho a vivir en paz. También, desde entonces, estamos en pie de lucha por cambiarlo todo.
Cuando comencé a escribir este trabajo pensé en algo corto, ahora me doy cuenta que faltan muchas anécdotas, y que necesitaré escribir una segunda parte. Es importante hacerlo, para mostrar que la oligarquía hondureña y las Fuerzas Armadas, no perpetraron el golpe de Estado para defender la Constitución ni para evitar la Cuarta Urna.
Ese fue un acto de bestialidad cometido contra el pueblo hondureño, contra sus opciones de tener patria, de desarrollarse, de tener una sociedad más justa. Fueron las élites y los militares al servicio del imperio, y en defensa de sus privilegios. Ellos son los responsables, de toda la debacle que se produjo después del 28 de junio de 2009, y también de todos los asesinatos políticos de los últimos diez años. Como vemos, Juan Orlando Hernández es parte de aquella monstruosidad, pero es apenas un sirviente de esta oligarquía, y un lacayo sumiso e incondicional del imperio.
Mucho debemos los hondureños a los hermanos latinoamericanos, al comandante Hugo Chávez Frías, y es necesario repetir un millón de veces la verdad. Igualmente, se debe decir la verdad sobre Zelaya, perseguido, traicionado por muchos de sus colaboradores, pero acompañado por unos cuantos valientes como Patricia Rodas o Rixi Moncada, que seguramente aparecerán en la segunda entrega de estas anécdotas.
1. En aquel entonces, la Corte Suprema de Justicia era integrada por 8 magistrados del Partido Nacional (si, el de JOH), y siete del Partido Liberal, la presidía Vilma Cecilia Morales
2. El Comisionado Nacional de los Derechos Humanos era Ramón Custodio López
3. El Fiscal General de la República era Leónidas Rosa Bautista, miembro del Partido Nacional, y prominente abogado de muchas compañías mineras.
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