Por Luis Bruschtein
Hay personas que han soñado con la fuerza de miles de sueños. Con sueños que quitan el sueño: “Lo que no me deja dormir es, no la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino atravesar estos inmensos montes” le escribía San Martín a Tomás Guido, poco antes de lanzarse a cruzar la cordillera más alta del continente con un ejército de cinco mil hombres. Desde Caracas había otro que escribía cartas porque no podía dormir: “Es una idea grandiosa –le escribía Simón Bolívar a un amigo– pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo”.
Dos hombres desaforados que soñaban con liberar y unificar un territorio que más que triplicaba al de toda Europa con grandes desiertos, selvas inexpugnables y montañas colosales, los dos hombres se disponían a recorrer distancias legendarias con sus ejércitos. Dos hacedores de naciones, dos libertadores. Bolívar y San Martín murieron exiliados y empobrecidos. Pero esos sueños tan poderosos, a caballo de las grandes transformaciones que se producían en un mundo que dejaba atrás el feudalismo, se plasmaron en realidades, aunque no se cumplieran sus metas sino como escenas de las mismas batallas que habían peleado los libertadores. El sueño no termina pero alimenta otros sueños y nuevas luchas.
Noam Chomsky, que según el conservador The New York Times es “el intelectual vivo más importante”, dice que “Estados Unidos ha dominado por mucho tiempo la región (el continente americano) con dos métodos principales: la violencia y el estrangulamiento económico”. La semana pasada, el presidente Donald Trump obligó al presidente peruano a excluir al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de la Cumbre de las Américas. Y los demás gobiernos, con la excepción de Cuba y Bolivia, fueron cómplices.
Chomsky ha dicho que a “Washington no le importa si un país tiene una democracia formal u otro régimen. Le importa que se supedite a su sistema de dominación mundial”. La frase describe un lado del problema. El otro lado han sido los gobiernos locales que se asociaron a esas políticas. Pocas horas después de esa exclusión vergonzosa de Venezuela en la Cumbre, seis gobiernos conservadores –Mauricio Macri incluido– anunciaban que suspendían su pertenencia a la Unasur, un organismo que se creó como punto de confluencia regional sin la participación expresa de Estados Unidos.
No son seis gobiernos que coinciden. Hay un diseño en estas decisiones, que tiene su vértice en la Casa Blanca como parte de los métodos de dominación que describe Chomsky. Hay seis gobiernos que acatan una decisión. El pensador norteamericano dice que en la estrategia de Washington para la región “el principio fundamental es: ¿permitirá un país que se le robe?, ¿permitirá que las corporaciones extranjeras inviertan y exploten a su voluntad? Si lo permite, puede tener el sistema político que le plazca: puede ser fascista, comunista, lo que quiera... Pero si un país comienza a dirigir sus recursos hacia su propia población entonces debe ser destruido”.
Aunque no sea su intención, hay categorías implícitas en esa frase porque se definen dos modelos en forma genérica: los que permiten “que se les robe” porque hay un sector económico dominante que saca sus propias ganancias al someter a sus países a los términos de intercambio tan desiguales con las grandes potencias; o los que tratan “de dirigir sus recursos hacia su propia población”. Son dos mundos, dentro de las cuales puede haber diferencias filosóficas o políticas, pero no hay otro lugar más que esos dos: los que Estados Unidos acepta o los que invade, hostiga o desestabiliza. Perón lo había sintetizado en tres palabras: “Liberación o dependencia”.
Los gobiernos conservadores que se hacen cómplices de los intentos de Washington para aislar a Venezuela y atacar a Cuba y Bolivia califican a la primera opción como “modelo de libre mercado” y a la segunda la demonizan como “populista”. Desde el pensamiento opuesto se ha tratado de buscar siempre formas de convergencia regional para tratar de equilibrar fuerzas en esa relación tan desfavorable con las potencias. De ese esfuerzo surgió Unasur.
Unir o desunir. Integrar o fragmentar. Los sueños del origen flotan sobre una historia americana que no termina de coagular. Con sus fortalezas y debilidades, con sus tradiciones y mixturas, con sus valientes y con sus traidores. Los carriles son los mismos. En 1890 se realizó en Estados Unidos la Conferencia Panamericana, un antecedente de estas Cumbres de las Américas donde ya se anunciaba el expansionismo norteamericano. “Aún se puede, Gonzalo –escribía a un amigo desde Nueva York otro gran soñador– son algunos los vendidos y muchos los venales; pero de un bufido del honor puede echarse atrás a los que, por hábitos de rebaño, o el apetito de las lentejas, se salen de las filas en cuanto oyen el látigo que los convoca”. José Martí se desvelaba en Nueva York por la independencia de Cuba cuando ya Washington empezaba a surgir como potencia dominante.
Esa esperanza de Martí sobrevoló Mar del Plata en 2005 en el espíritu de Néstor Kirchner, Lula da Silva y Hugo Chávez, los tres presidentes que decidieron la derrota del ALCA. Dos de ellos murieron en forma prematura y el tercero está en la cárcel. Pero esa vez fue como si la carta de Martí hubiera resonado en sus corazones cuando le decía a su amigo Gonzalo que “el interés de lo que queda de honra en la América Latina, el respeto que impone un pueblo decoroso, lo poco que queda aquí de republicanismo sano, he ahí nuestros aliados y con ellos emprendo la lucha”.
Con ese espíritu, al que se sumaron después Pepe Mujica, Rafael Correa, Evo Morales, Fernando Lugo, Fidel y Raúl Castro, Cristina Kirchner, Dilma Rousseff y otros jefes de Estado, surgió la Unasur. Con ese espíritu se reintegró a Cuba a su ámbito natural latinoamericano después de más de cuarenta años de aislamiento, se trabajó por la paz en Colombia, por el freno a los golpistas en Bolivia, Paraguay y Honduras y se revitalizó el sistema interamericano. Unasur rompió con la hegemonía de Washington en la decisiones de la región a través de su control sobre la OEA –como ocurre en la actualidad–, y se convirtió así en un obstáculo para los intereses norteamericanos. Los seis gobiernos conservadores que anunciaron que suspendían su participación se hacen cargo así de otros intereses que pasan por la necesidad de Estados Unidos de destruir o congelar un organismo de unidad regional. Macri y Temer apuestan además a destruir el Mercosur con un acuerdo brutalmente desfavorable con la Unión Europea.
Como decía Martí en su carta: “Aún se puede Gonzalo, son algunos los vendidos y muchos los venales”. Describía en un artículo periodístico lo que soñaba igual que otros grandes que lo antecedieron y miles que vinieron después: “Todo nuestro anhelo está en poner alma a alma y mano a mano los pueblos de nuestra América Latina. Vemos colosales peligros; vemos la manera fácil y brillante de evitarlos, adivinamos, en la nueva acomodación de las fuerzas nacionales del mundo, siempre en movimiento, y ahora aceleradas, el agrupamiento necesario y majestuoso de todos los miembros de la familia nacional americana, es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto”.
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