Por Emir Sader - 22/01/2020 - (Tomado de La Jornada)
América
Latina no sería víctima de la fuerte ofensiva de la derecha si ésta no contara
con las debilidades de la izquierda latinoamericana.
Elemento común en la
recuperación de fuerza de la derecha ha sido, por ejemplo, el rescate de la
derecha de las bases sociales de apoyo que los gobiernos progresistas habían
logrado. Gobiernos que han sido elegidos o reelegidos con altos niveles de
apoyo electoral han sido derrotados o han sido arrinconados a apoyos apenas
mayoritarios.
Hay pérdida
de bases de apoyo de sectores medios de la población, pero, sobre todo, pérdida
de sectores populares, beneficiarios directos de las políticas sociales de los
gobiernos que han sido rescatados por fuerzas de derecha, con base en fuertes
campañas mediáticas, pero también a mecanismos de persecución y criminalización
política de liderazgos de la izquierda.
Como
resultado, a pesar de poseer un programa de gobierno con un potencial de amplio
arraigo popular, gobiernos han sido derrotados o han triunfado por márgenes
exiguos de votos frente a una derecha que no puede enfrentarse a ese programa
porque no posee propuestas de políticas sociales y tiene que desplazar la
agenda central de los países hacia temas como corrupción, seguridad pública o
temas conservadores de carácter moral.
La izquierda
latinoamericana había sido hegemónica en los países donde ha logrado elegir y
reelegir a sus gobiernos, todos antineoliberales en su esencia. Aquí me voy a
atener a un aspecto de las debilidades que han llevado a los retrocesos de esos
gobiernos: la incapacidad del pensamiento crítico latino-americano de ser
contemporáneo de esos avances, de no haber comprendido su naturaleza, su fuerza
y sus debilidades, y no haber contribuido para el análisis de esos procesos,
apoyando y promoviendo la superación de sus problemas.
En la
primera década hubo involucramiento de sectores del pensamiento crítico,
incluido en sus principales entidades, en los gobiernos que recién surgían. No
contó con la participación de todos los sectores del pensamiento social, en parte
críticos de algunos aspectos de esos gobiernos, en parte desconectados
absolutamente del carácter progresista de los gobiernos, muchas veces sumándose
a la derecha en la oposición.
Cuando los
gobiernos progresistas han empezado a enfrentar más dificultades –con la
recuperacion de iniciativa de la derecha–, la incapacidad de formulación
teórica de la crisis que venía ha dificultado todavía más una reacción del
campo progresista. Éstos no pudieron contar con amplios debates que apuntaran
hacia las debilidades que facilitaban la retomada de iniciativa de la derecha,
la pérdida de disputa sobre temas teóricos y políticos centrales –como la
democracia, el papel del Estado, entre otros. Hubo un repliegue de gran parte
de la intelectualidad hacia las universidades, cerradas sobre sí mismas en sus
temas prioritarios de análisis, así como procesos de burocratización han
afectado a entidades que debieran representar y movilizar al pensamiento
crítico.
Hoy la
capacidad de comprensión de los problemas actuales de América Latina se
concentra alrededor de los principales líderes de la izquierda en el
continente, porque no se pueden separar enfoques teóricos de salidas políticas
concretas. Pero también porque éstas requieren una comprensión de mayor
profundidad, alcance y amplitud de la crisis que vive el continente y de sus
perspectivas de superación positiva.
Sin la
participación activa y creativa del pensamiento crítico latinoamericano no
podremos salir de esta crisis con fuerza suficiente para impulsar un nuevo ciclo
progresista en nuestros países. Así como, sin salida política concreta, el
pensamiento crítico se agotará y no tendrá rearticulación con la práctica
política realmente existente.
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