Por:
Eric Nepomuceno - 12/01/2020 - Página/12
Una vez más, el ultraderechista Jair Bolsonaro confirma su coherencia: acaba de suspender la participación brasileña en la CELAC (Comunicad de Estados Latinoamericanos y del Caribe) justo cuando el mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador asume la presidencia temporaria del grupo y le pide apoyo.
Creada en 2010, último año de Lula da Silva en la presidencia brasileña, la CELAC trajo, entre sus propuestas iniciales, buscar implantar acciones conjuntas de combate a la desigualdad social, integración regional, cooperación mutua. También se consideró que era una posibilidad de actuar de manera independiente de Estados Unidos frente a eventuales crisis regionales internas, al contrario de lo que ocurre en la Organización de Estados Americanos (OEA).
Sin embargo, a lo largo de los últimos tres o cuatro años la CELAC vino perdiendo espacio y peso.
Para que esa corrosión ocurriese ha sido de especial importancia la actitud tanto de Mauricio Macri como de Michel Temer, que asumió la presidencia brasileña luego del golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff en 2016.
Ahora, con Alberto Fernández en la presidencia argentina, López Obrador entendió que existe espacio para un regreso al camino original y que la CELAC podría recuperar peso, importancia y efectividad para ayudar a hacer frente a una serie de crisis que persisten en la región.
El mandatario mexicano, pese a las astronómicas distancias que separan su gobierno del extremismo radical de Bolsonaro, también entendió que la contribución brasileña sería esencial para la misión que se propuso. Por tal razón desde el pasado 18 de diciembre su ministro de Relaciones Exteriores, Marcelo Erbrard, dirigió varios pedidos a su par brasileño, Ernesto Araujo.
El resultado ha sido nulo: el pasado miércoles el gobierno ultraderechista emitió una nota oficial informando que “Brasil no considera que estén dadas las condiciones para la actuación de la CELAC en el actual contexto de crisis regional”. Además, se informa que “cualquier documento, agenda o propuesta de trabajo que se adopte durante la reunión ministerial (bajo la presidencia rotatoria a López Obrador) no se aplica a Brasil”.
Bajo Bolsonaro, el país ya se había ausentado de todas las actividades del grupo de 33 países el año pasado, cuando la presidencia temporaria de la CELAC estaba en manos del entonces presidente boliviano Evo Morales. Ahora, Bolsonaro retira a Brasil del grupo de 33 países, en una iniciativa que contraría la tradición diplomática de al menos los últimos 50 años.
La iniciativa fue blanco de duras críticas de veteranos diplomáticos, que también rechazaron los duros términos del comunicado enviado al gobierno mexicano.
Al fin y al cabo, es palpable que las razones expuestas para sacar a Brasil de la CELAC no son más que una pantalla de humo que no sirve en nada para ocultar los verdaderos motivos de la iniciativa: reforzar, una vez más, el vasallaje frente a Washington y, de paso, para agradar a su patrón e ídolo, atacar otra vez a Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Creada en 2010, último año de Lula da Silva en la presidencia brasileña, la CELAC trajo, entre sus propuestas iniciales, buscar implantar acciones conjuntas de combate a la desigualdad social, integración regional, cooperación mutua. También se consideró que era una posibilidad de actuar de manera independiente de Estados Unidos frente a eventuales crisis regionales internas, al contrario de lo que ocurre en la Organización de Estados Americanos (OEA).
Sin embargo, a lo largo de los últimos tres o cuatro años la CELAC vino perdiendo espacio y peso.
Para que esa corrosión ocurriese ha sido de especial importancia la actitud tanto de Mauricio Macri como de Michel Temer, que asumió la presidencia brasileña luego del golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff en 2016.
Ahora, con Alberto Fernández en la presidencia argentina, López Obrador entendió que existe espacio para un regreso al camino original y que la CELAC podría recuperar peso, importancia y efectividad para ayudar a hacer frente a una serie de crisis que persisten en la región.
El mandatario mexicano, pese a las astronómicas distancias que separan su gobierno del extremismo radical de Bolsonaro, también entendió que la contribución brasileña sería esencial para la misión que se propuso. Por tal razón desde el pasado 18 de diciembre su ministro de Relaciones Exteriores, Marcelo Erbrard, dirigió varios pedidos a su par brasileño, Ernesto Araujo.
El resultado ha sido nulo: el pasado miércoles el gobierno ultraderechista emitió una nota oficial informando que “Brasil no considera que estén dadas las condiciones para la actuación de la CELAC en el actual contexto de crisis regional”. Además, se informa que “cualquier documento, agenda o propuesta de trabajo que se adopte durante la reunión ministerial (bajo la presidencia rotatoria a López Obrador) no se aplica a Brasil”.
Bajo Bolsonaro, el país ya se había ausentado de todas las actividades del grupo de 33 países el año pasado, cuando la presidencia temporaria de la CELAC estaba en manos del entonces presidente boliviano Evo Morales. Ahora, Bolsonaro retira a Brasil del grupo de 33 países, en una iniciativa que contraría la tradición diplomática de al menos los últimos 50 años.
La iniciativa fue blanco de duras críticas de veteranos diplomáticos, que también rechazaron los duros términos del comunicado enviado al gobierno mexicano.
Al fin y al cabo, es palpable que las razones expuestas para sacar a Brasil de la CELAC no son más que una pantalla de humo que no sirve en nada para ocultar los verdaderos motivos de la iniciativa: reforzar, una vez más, el vasallaje frente a Washington y, de paso, para agradar a su patrón e ídolo, atacar otra vez a Venezuela, Nicaragua y Cuba.
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