Magnifico discurso de Abel Prieto sobre los desafios actuales de Cuba y, tambien, de toda Nuestra América ( Atilio Borón)
Por Abel Prieto - 20/01/2020 - Tomado de Granma
Quiero reiterar la bienvenida a los
miembros del Jurado que vinieron desde distintos países de la región.
Les agradecemos muy especialmente que hayan aceptado la invitación de la
Casa de las Américas en tiempos tan turbulentos y que nos hayan traído
su apoyo y solidaridad.
Reciban también nuestro abrazo y gratitud los
jurados cubanos, todos ellos parte de la familia de la Casa.
Este concurso se fundó en 1960, unos meses después del nacimiento de
la institución. Cuando uno revisa el libro que prepararon Jorge Fornet e
Inés Casañas (Premio Casa de las Américas. Memoria. 1960-1999),
con la relación completa en ese período de premiados y jurados,
comprende enseguida que la historia del Premio “es también la historia
de buena parte de la literatura latinoamericana y caribeña de las
últimas cuatro décadas”. Muchas figuras centrales de nuestras letras
participaron como jurados del concurso, Nicolás Guillén, Asturias,
Carpentier, Cortázar, Arreola, Lezama y un largo etcétera de nombres
ineludibles.
El Premio sirvió al propio tiempo, como se dice en el libro, para
“estimular el esfuerzo de los nuevos escritores”. “De hecho, autores
como Soler Puig, Roque Dalton, Ricardo Piglia, Bryce Echenique, Skármeta
y Eduardo Galeano daban sus primeros pasos en la literatura cuando
fueron galardonados y publicados por la Casa”.
Organizar anualmente el Premio, lograr divulgarlo y que llegaran a
tiempo a Cuba los manuscritos y los miembros del Jurado, publicar luego
los libros premiados y distribuirlos internacionalmente, no eran tareas
fáciles para una pequeña Isla bloqueada y hostigada desde muy temprano
por los EEUU; una Isla satanizada, además, con la cual todos los países
de América Latina rompieron relaciones diplomáticas (con excepción de
México); una Isla rodeada de agua, de amenazas y calumnias.
Quisiera compartir aquí los testimonios de dos escritores
latinoamericanos muy cercanos a nosotros, muy nuestros, que aparecen en
el libro de Jorge e Inés.
Dijo Julio Cortázar:
“La Casa empezó cuando todo era abrumadoramente precario y difícil
(…). El Premio representaba entonces algo así como un desafío
inesperado, (…) no solamente era difícil participar en él como candidato
o como jurado, sino que todo el (…) proceso resultaba aún más difícil;
la composición e impresión de los libros (…), el papel, las tintas y las
máquinas casi siempre ausentes o deficientes, y la distribución al
exterior que en muchos casos tenía más de ideal que de realización
práctica.”
Y a su vez Mario Benedetti, cuyo centenario recordaremos en los
próximos días, durante la Feria del Libro, nos dejó un testimonio muy
revelador de la tenacidad de esta Casa, que fue, sin ninguna duda, su
Casa, durante muchos y muy fecundos años:
“La Casa (…) hizo tremendos y exitosos esfuerzos por vencer el
bloqueo cultural y siguió trayendo a latinoamericanos (…), aunque para
ello tuviera que traerlos a través de complicadísimos itinerarios que
pasaban por Checoslovaquia, Irlanda y Canadá. (…) La primera vez que
vine a Cuba, en enero de 1966, (…) tuve que volar nada menos que
cincuenta horas, (…) e incluso quedar anclado durante 18 días en Praga
porque los viejos y beneméritos aviones Britannia (los únicos que
entonces tenía Cuba) (…) era imprescindible que fueran urgentemente
atendidos por los geriatras de la aeronáutica. Pero estoy seguro de que
la Casa nos hubiera traído en avionetas, o en barcos de vela, o en
lanchas con motor fuera de borda, con tal de que el Premio siguiera
derrotando el bloqueo.”
Este Premio Casa 2020 hubo que hacerlo en condiciones de extrema
tensión por la política de la administración Trump, que ha reforzado ese
bloqueo y su agresividad hasta límites inconcebibles, realmente
inéditos. Estuvimos hasta evaluando si podríamos finalmente trasladar a
los Jurados hasta Cienfuegos o si nos movíamos hacia algún otro lugar
más cercano. Por supuesto, contamos con todo el apoyo del Ministerio de
Cultura, del Ministerio de Turismo, de las autoridades de Cienfuegos, y
pudimos mantener el programa como se había concebido.
Lo que nunca estuvo en duda, puedo asegurárselo, es que íbamos a
llevar adelante el Premio y que iba ser una nueva victoria de la cultura
cubana y de la cultura latinoamericana y caribeña.
Ahora quisiera hablar de alguien que nos falta en este acto: Roberto Fernández Retamar, director de la revista Casa
desde 1965 y presidente de esta institución durante más de treinta
años. Es una ausencia dolorosa, una herida muy difícil de curar
(incurable seguramente). Su liderazgo, la hondura de sus reflexiones y
de su poesía, llenaron los espacios de la Casa, de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba, de la Universidad de la Habana, del
Centro de Estudios Martianos y de toda nuestra cultura y dejaron una
huella irrepetible. Nos legó una obra mayor, trascendente, que ha
nutrido de modo decisivo el pensamiento de la descolonización a escala
universal.
Nadie como Roberto supo desmontar de manera tan lúcida y aguda los
estereotipos, las palabras y conceptos engañosos, la mirada
colonizadora, eurocentrista y yanquicentrista, y el mito de la
superioridad de Occidente sobre los pueblos del Oriente y del Sur.
La Casa se levanta sobre una plataforma conceptual que tiene que ver
con todo ese desmontaje que hizo Roberto. Y tiene que ver obviamente con
Bolívar, Martí y Fidel; con los aportes de muy numerosos creadores, de
la cultura popular, del patrimonio vivo tan rico que tenemos, de toda
esa impresionante acumulación multicultural (liberadora y anticolonial)
del ámbito latinoamericano y caribeño.
Martiano de los más devotos y penetrantes que hemos tenido,
intérprete genial de la cosmovisión del Apóstol, de su ideario
antimperialista, latinoamericanista y tercermundista, Roberto siguió la
misma ruta de Fidel y de otros intelectuales nuestros: llegaron al
marxismo después de haber convivido intensamente con Martí.
Roberto trabajó muy cerca de Haydée Santamaría y, por tanto, muy
cerca de Fidel. Se alimentó en un diálogo incesante de sus concepciones.
Entendió a fondo su modo singularísimo de razonar, de debatir, de
hilvanar ideas disímiles a través de aparentes digresiones y de regresar
una y otra vez al núcleo central de su pensamiento antidogmático,
inagotable, enemigo de las respuestas simplistas, esquemáticas, siempre
dispuesto a explorar los entresijos de la historia, a extraer de esa
búsqueda lecciones sorprendentes, y a viajar al futuro para prever
trampas, peligros, distorsiones e imaginar todas las soluciones posibles
e incluso las imposibles.
Recuerdo que Roberto decía que Fidel era martiano sin necesidad de
citar a Martí, de una manera tan natural y orgánica como quien respira. Y
hoy podríamos decir que en Roberto estaban instalados orgánicamente,
juntos, Martí y Fidel. Conoció además al Che, que lo impresionó como
político, como fundador de la Cuba nueva, y como profundo intelectual, y
escribió páginas excepcionales sobre él. Y lo leyó todo y lo debatió
todo —y por eso nos ha dejado tantas pistas indispensables.
Haydée encontró en Roberto un colaborador fraterno, leal, de enorme
utilidad, en medio de las complejísimas batallas de los años 60 y 70,
cuando EEUU reforzó su ofensiva en el ámbito cultural para aislar a Cuba
e impedir a toda costa que se articulara un movimiento artístico e
intelectual crítico, no controlado por el sistema.
Para recordar a Haydée, en una ocasión como esta, hay que darle la palabra una vez más a Roberto:
“…la Casa tiene el sello de Haydée Santamaría. Ella marcó para
siempre con su impronta de fuego la Casa. (…) Era una persona única,
extraordinaria, que marcaba con su sello cuanto hacía e hizo muchas
cosas. (…) Haydée (…) llevó a la Casa de las Américas no la sabiduría
académica, que no tuvo ni le interesaba para nada, sino la frescura de
entrar en el mundo de la cultura sin prejuicios. (…) Tenía una
inteligencia deslumbrante, que era, creo yo, particularmente
deslumbrante porque no se atenía a norma alguna. (…) Ella conoció horas
extraordinariamente graves de nuestra América. Logró, a través de la
Casa, que Cuba mantuviera relaciones culturales a menudo muy intensas,
con muchos de los mejores escritores, intelectuales y artistas de
América Latina.”
Una de las claves para establecer este vínculo con todo el continente
tiene que ver con la convicción de que la cultura es ante todo una vía
para la emancipación del ser humano. Esta es una idea básica. Se
traiciona a la cultura si se le emplea como instrumento de dominación,
si se le ve como algo colateral, como ornamento, como mercancía.
Este Premio resulta ciertamente un espacio insólito en medio del
clima que predomina en los circuitos hegemónicos de promoción artística y
literaria, donde el mercado se ha erigido en juez supremo. La atención
hoy se concentra en los productos o subproductos culturales que se
venden bien con el respaldo del eficaz aparato publicitario de la
industria. Como dijo amargamente hace ya varios años Dubravka Ugresic,
el mercado literario ha tocado fondo; ha llegado al punto en que las
memorias de Mónica Lewinsky merecen más publicidad que las obras
completas de Marcel Proust.
En un contexto así, la Casa de las Américas, desde la Habana, sigue
convocando tenazmente a su Premio literario, sin hacer concesiones, sin
perder un ápice de su naturaleza libre y creadora, sin distanciarse ni
un milímetro de aquello que lo ha caracterizado desde su fundación.
El Premio Casa ha sido anticolonial, martiano, calibánico, expresión
de apego innegociable a la cultura; ajeno por esencia a las operaciones
de marketing de los conglomerados editoriales en que se han convertido
muchos concursos de los más publicitados. El Premio se concentra en el
rigor y la calidad de las obras que concursan, en su calado, en los
desafíos que se proponen, y no en el “gancho” ni en los efectos baratos
ni en los potenciales éxitos de venta.
Tampoco ha sido jamás un concurso para promover literatura
panfletaria. En una ocasión similar a esta, Roberto les solicitó a los
jurados que recordaran una observación de Martí: “La poesía, que es
arte, no vale disculparla con que es patriótica o filosófica, sino que
ha de resistir como el bronce y vibrar como la porcelana.”
Actualmente el panfleto que está de moda, en realidad, y se difunde y
premia con mucho entusiasmo y mucho dinero es el panfleto de derecha.
Nadie se permite llamarlo “panfletario”; pero esa es verdaderamente su
función: secuestrar la subjetividad del lector en un estilo divertido y
ligero y conducirlo a aceptar el sistema y adaptarse a su posición de
sumiso consumidor.
La crisis cultural que vive el mundo está acompañada de una crisis
moral, política, institucional, jurídica. “Todo lo sólido se desvanece
en el aire”, dijo Marx en 1848, y luego, en 1992, Marshall Berman tituló
así un libro suyo muy valioso. Hoy habría que repetir la frase, todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado.
La verdad y la mentira conviven promiscuamente. Para vencer a tu
enemigo, para ganar, cualquier recurso es válido. No hay límites, no hay
decoro, no hay pudor.
Por otra parte, todo tiende a trivializarse y a convertirse en show,
la política, la guerra misma, las amenazas del Emperador a través de
Twitter. Su arrogancia y la de su corte no conocen fronteras. Los
conflictos no se negocian. Terminan (o empiezan) con ataques, sanciones y
más sanciones, y se quiebran una y otra vez los principios sobre los
que se creó la ONU, el multilateralismo, el consenso, la igualdad de los
países independientemente de su tamaño o de su fuerza militar o
económica. Las normas más elementales de la convivencia internacional
son ignoradas por un grotesco Emperador a quien Roberto llamó
certeramente “Calígula atómico”.
Este Premio se ha convocado en medio de circunstancias históricas muy
dramáticas y convulsas en la región. Si Haydée “conoció horas
extraordinariamente graves de nuestra América”, nosotros hemos estado
viviendo horas similares. Presenciamos los incendios en la Amazonía, y
otros incendios asociados a la ofensiva de la ultraderecha y de EEUU, a
la resurrección de la Doctrina Monroe y del macartismo, a conspiraciones
y trampas judiciales contra líderes progresistas, a crímenes atroces.
Hemos visto en las redes, y por Telesur, fosas comunes recién
descubiertas con cientos de cadáveres; jóvenes que han perdido la vista
por balines de los carabineros; niños migrantes en jaulas, separados de
sus familias; manifestantes golpeados, torturados, quemados con chorros
de agua mezclada con ácido, asesinados; expresiones impúdicas de asedio,
persecución política y venganza. Han resurgido formas de terrorismo de
estado que parecen provenir de los años de Pinochet, de Videla, del Plan
Cóndor.
El 2019 se inició en Nuestra América con un “presidente” apócrifo que
se autoproclamó en Venezuela, fue reconocido apresuradamente por 50
países encabezados por EEUU, y se inauguró una escalada de todo tipo de
agresiones contra el gobierno legítimo de esa nación hermana. Y el año
terminó en Colombia con una cifra record de líderes sociales
sacrificados y en Chile con los carabineros arremetiendo contra miles de
manifestantes que se habían reunido en la Plaza de la Dignidad en
espera del año nuevo mientras rendían homenaje a las víctimas de la
represión.
No por azar en el 2019 se multiplicaron en EEUU los delitos y los
grupos de odio. Fue un año pródigo en tiroteos masivos. El 3 de agosto
un joven supremacista blanco asesinó en El Paso, Texas, a 22 personas e
hirió a otras 24. Había ido allí con un fusil y muchas municiones “a
matar mexicanos”, según declaró. Los analistas más serios concuerdan en
que el crecimiento vertiginoso de estos fenómenos se inició a partir de
la campaña electoral del 2016 de Trump. Su retórica antiinmigrante,
agresiva y racista, ha funcionado hacia dentro del país y hacia el
exterior. Sus desplantes frecuentes con relación a América Latina y el
Caribe están cargados todo el tiempo de desprecio y racismo.
No debemos olvidar que los métodos de demolición cultural de los
pueblos considerados inferiores para justificar las guerras de conquista
fueron usados por griegos y romanos, por los rapaces caballeros de las
Cruzadas, por los “descubridores” de América, por los que cazaron en
África a hombres, mujeres y niños “salvajes” para esclavizarlos.
El genocidio de Hiroshima y Nagasaki fue precedido en EEUU por el
internamiento de más de 120 mil inmigrantes japoneses en campos de
concentración y una campaña crudamente racista. Al hacer una crónica
sobre la batalla de Iwo Jima (febrero-marzo de 1945), la revista Time
dijo que “el japonés medio es irracional e ignorante. Quizás sea
humano, pero nada lo indica”. ¿Cuántas veces en la historia de Occidente
se les ha negado la condición humana a las víctimas “inferiores” de los
poderosos?
Hoy argumentos muy parecidos se repiten para legitimar la violencia
del sistema contra quienes se le oponen en los medios de comunicación y
en las redes sociales —empleadas cada vez más de manera fraudulenta,
para manipular electores y elecciones y fomentar prejuicios y corrientes
de opinión falsas.
Hemos visto escenas en Bolivia, tras el golpe de Estado, que
recuerdan los días de la Conquista, cuando se juntaron la cruz y la
espada para imponer la opresión y el saqueo. Han brotado manifestaciones
fundamentalistas, contra los movimientos indígenas y contra la vida y
la integridad física de su gente.
El resentimiento que ha salido a flote contra símbolos y tradiciones
indígenas, contra las mujeres que usan pollera, contra una bandera como
la wiphala, tiene raíces muy profundas y vínculos genéticos con el
fascismo. Por eso es tan significativo que la Casa haya convocado este
año al Premio de Estudios sobre Culturas Originarias de América. Por eso
este Programa, el dedicado a las Culturas Originarias, que coordina
Jaime Gómez Triana, adquiere en el contexto actual una jerarquía mayor.
Mientras más belicosa y primitiva es la barbarie, resulta más
importante mantener el rigor de las investigaciones que debe promover la
Casa sobre estos procesos culturales específicos, acompañadas,
obviamente, por la más amplia difusión de sus resultados. La cultura
auténtica es un antídoto de eficacia incuestionable frente al
neofascismo.
Cuando hicimos la conferencia de prensa sobre el Premio, estuve
comentando un texto de Roberto (“Notas sobre América”), publicado en la
revista Casa. Allí habla, con la misma angustia de Eric
Hobsbawm, del ascenso incontrolable de la barbarie durante todo el siglo
XX y lo que va de XXI y nos convoca a no abandonar nunca, ni en las
peores circunstancias, la fe en las utopías y en la esperanza.
Una barbarie, como dice Roberto, que se expresa en una capacidad
destructiva abrumadora que nunca tuvo Hitler y sí tiene en cambio el
Emperador de este nuevo Reich, el “Calígula atómico”. Para colmo, Trump
se niega a aceptar el cambio climático y sus consecuencias ya
prácticamente irreversibles para el planeta y para la especie.
En cuanto a Cuba, ya les hablé un poco al principio de la obsesión de
EEUU contra nosotros. Por primera vez desde que se dictó la Ley
Helms-Burton, un presidente yanqui ha firmado los capítulos que permiten
presentar demandas ante tribunales estadounidenses a los supuestos
dueños o a descendientes de dueños de propiedades nacionalizadas por la
Revolución contra cualquier empresa o ciudadano del mundo que esté
invirtiendo en una de esas propiedades. Es una aberración jurídica,
extraterritorial, inadmisible. Máxime si recordamos que Cuba ofreció
negociar indemnizaciones, y EEUU siempre se negó, pensando, claro,
recuperarlas por la fuerza cuando llegara el momento.
Aspira a espantar a los inversionistas extranjeros. Aspira a
asfixiarnos, como todas las nuevas medidas restrictivas que ha venido
tomando EEUU contra Cuba, prácticamente cada semana, a los cruceros, a
los vuelos, a las remesas, a los intercambios profesionales y
académicos. Todo eso acompañado de un diluvio cada vez mayor y más
desvergonzado de mentiras.
Con la persecución a navieras, barcos y compañías aseguradoras que
debían traer a la Isla el combustible comprado, trataron a partir de
abril de 2019 de estrangularnos con acciones de abierta piratería y una
presión desmedida y cruel. Pero el país no se detuvo. No se detuvieron
los programas básicos, vinculados a la construcción de viviendas, a la
producción de alimentos, a la sustitución de importaciones, a impulsar
la exportación de los rubros tradicionales y de otros nuevos. No se
detuvo la batalla contra todo vestigio de burocracia, contra la
insensibilidad, contra la rutina.
No se detuvo la intensa vida cultural del país. Se celebró con mucho
éxito el Festival de Cine. Ahora acaba de terminar un prestigioso evento
internacional de Jazz. En febrero tendremos nuestra Feria del Libro.
Como dijo el Presidente Díaz-Canel, usando una frase popular que
sintetiza las situaciones peligrosas por las que hemos pasado, “Nos
tiraron a matar, y estamos vivos”.
Sabemos que en este 2020 van a seguir cerrando el cerco y tirándonos a
matar; pero vamos a sobrevivir. En nuestra gente hay una conciencia muy
clara de que nos estamos jugando cosas medulares y demasiado
trascendentes —y nadie va a venir a engañarla con espejismos.
Este mismo Premio Casa de las Américas es sin duda una victoria sobre
el afán enfermizo de destruirnos. Representa otra apuesta de Cuba por
la cultura, por la vida, el pensamiento, la poesía, la inteligencia, la
solidaridad, ante el discurso del odio, del neofascismo, de la estupidez
arrogante, de la mentira y la manipulación.
Es una victoria de Cuba a la que ustedes, los jurados, han
contribuido decisivamente. Sin ustedes, sin la solidaridad y el respaldo
de ustedes, este Premio hubiera fracasado.
La Casa de Haydée, Roberto, Mariano, de los fundadores, Marcia,
Silvia, Chiqui, y de los que se fueron sumando sucesivamente a este
equipo, Nancy, Miriam, Idelisa, Aurelio, Luisa, María Elena, Vivian,
Jorge, Jaime, Yolanda, la otra Silvia, Camila y muchos más, está
habituada a trabajar en medio de obstáculos y adversidades. Es un modelo
sorprendente de resistencia. Hasta ciclones y marejadas la han
embestido con saña, pretendiendo arrasarlo todo, la memoria conservada
aquí, los libros, las cartas, las revistas, las piezas de arte. Le han
hecho daño a la Casa; pero no han podido destruirla. Tenemos un
admirable colectivo de trabajadores (como les decía el otro día a los
periodistas) que se caracteriza por su sentido de pertenencia, por el
orgullo de formar parte de esta institución, por llevar en sí una chispa
vivificadora de la mística de Haydée.
A veces me parece que la Casa es como una réplica en pequeño de la
Cuba que enfrenta ciclones, tornados, bloqueos y golpes bajos, y sigue
empecinada en no renunciar a la utopía.
2003 se asemeja de algún modo a 2019 y a este 2020. En marzo de aquel
año, Bush anunció la invasión a Irak. En Miami, los grupos extremistas
de origen cubano salieron a la calle a gritar “Irak ahora; Cuba
después”. Antes, en 2002, Bush dijo que su ejército tenía que
transformarse en “una fuerza militar lista para atacar inmediatamente 60
o más oscuros rincones del mundo”. “Oscuros”, dijo, y a nadie se le
escapó la intención racista de la palabra.
En enero del 2003, en un evento dedicado a Martí, Fidel afirmó que
“la gran batalla se librará en el campo de las ideas y no en el de las
armas” y exhortó a los participantes a trabajar sin descanso por
“sembrar ideas” y “sembrar conciencia”.
La Casa de las Américas se ha apropiado de aquella exhortación. Es
uno de los mandatos que nos dejó a los hombres y mujeres de la cultura.
Ideas, conciencia, frente a los que creen que el dinero y las bombas y
la fuerza bruta lo pueden todo.
Ya voy a terminar estas palabras, que han resultado demasiado
extensas; pero, antes de concluir, quiero anunciar el estreno de un
audiovisual que tiene un significado muy particular para nosotros. Nació
de la relación que tuvo siempre Haydée con Martí. Desde la Casa, Haydée
invitó a trovadores cubanos a musicalizar sus poemas. Así se hicieron
varios discos muy hermosos. Entre ellos, Versos de José Martí cantados por Sara González. Dentro de unos minutos vamos a escuchar una de las piezas de ese disco.
El audiovisual tiene un texto introductorio brevísimo que explica la
intención de la Casa. Los amigos que vienen del extranjero quizás no
están al tanto; pero en los primeros días de enero de 2020 circularon en
las redes sociales imágenes de bustos de Martí manchados ofensivamente.
Aquí en Cuba la gente ha reaccionado con mucha indignación ante la
afrenta, y se han hecho muchos actos de desagravio al Apóstol y de
rechazo a la infamia.
(Estos hechos, por cierto, tuvieron un antecedente en noviembre de
2019, en Santa Cruz, Bolivia, donde unos fascistas partidarios del golpe
de Estado cubrieron con tinta negra un retrato en cerámica de Martí
hecho por el escultor boliviano Lorgio Vaca. Otra coincidencia: hace
unos pocos días profanaron la tumba del trovador chileno Víctor Jara,
torturado salvajemente antes de ser asesinado por Pinochet y resucitado
ahora con sus canciones en las jornadas de protesta contra Piñera. Al
fascismo lo exasperan los símbolos de la emancipación, sobre todo si
mantienen su presencia.)
Volviendo a Cuba y a Martí, debo terminar diciendo que la Casa de las
Américas se suma a las expresiones de reivindicación martiana de
nuestro pueblo con el audiovisual que vamos a ver y a escuchar ahora.
Muchas gracias.
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