Haití y República Dominicana comparten una isla y una historia cimentada sobre la lucha europea por el poder en el entonces llamado Nuevo Mundo.
Una línea irregular de casi 400 kilómetros de longitud divide en dos a la isla La Española desde 1929, cuando Haití y República Dominicana firmaron el acuerdo de establecimiento de límites fronterizos y arbitraje que llevaría a la construcción de la carretera internacional.
El problema migratorio entre Haití y República Dominicana afecta a los menores, muchas veces víctimas de la trata. Foto: Unicef |
Sin embargo, más que un puente para el trasiego y la conciliación, se ha señalado la carretera común entre ambos países como «testimonio tangible del abandono y el menosprecio a la vida». No solo por las problemáticas sociales a cada lado de la línea, sino también por la trata de personas en los puntos fronterizos.
Hace una semana, el Instituto de Bienestar Social e Investigación (Ibesr) –organismo haitiano asociado al Estado– advirtió sobre el tráfico de niños y niñas haitianas en la frontera con República Dominicana, una actividad ilegal que según la entidad es recurrente en la zona referida.
Cerca de 150 infantes cruzan a diario hacia el país vecino, alertó Filicien Rolbert, empleado del Ibesr y señaló que algunos de ellos lo hacen con contrabandistas.
«Nuestro trabajo es proteger, permitir y monitorear el paso de niños y niñas al otro lado de la frontera. Estamos aquí para verificar si están en riesgo de ser víctimas de la trata», dijo también el funcionario, quien recordó que República Dominicana «tiene fama de ser el mayor exportador de órganos del mundo. De ahí la necesidad de estar más atentos en este punto», indicó un reporte de PL.
Rolbert agregó que los menores de edad que lleguen a la frontera acompañados de adultos sin portar el permiso del Ibesr o documentos legales para viajar, pueden estar en riesgo de tráfico y los acompañantes sujetos al arresto inmediato.
La historia de la isla es una historia de colonialismo, cadenas, sangre y, más recientemente, de terremotos y huracanes a un costado y paradisiacos resorts para el turismo en el otro. Pero todo eso está cimentado sobre la lucha europea por el poder en el entonces llamado Nuevo Mundo, a pesar de ser bastante antiguo.
En sus análisis, los historiadores hablan de traslado de conflictos cuando además de bienes, se hereda guerra de las exmetrópolis. También hacen referencia a la colonización mental cuando perviven en el imaginario popular actitudes derivadas de esos poderes extraterritoriales que terminaron partiendo la isla como naranja en 1697.
Durante y después de la ocupación estadounidense (1915-1934) crecieron las tensiones en las fronteras por el aumento de haitianos en territorio dominicano, en busca de empleo tras ser sometidos por la bota imperial. La respuesta del dictador Rafael Leonidas Trujillo, quien por demás era nieto de haitiana, fue ordenar una masacre en octubre de 1937 que le costó al país que hizo la primera revolución social de América, más de 10 000 vidas de sus hijos e hijas, según datos del propio tirano.
Nadie puede pretender negar la significación de que muchos haitianos viajan a la República Dominicana para encontrar trabajo estacional o a largo plazo que permita una mejoría económica para sus familias. Duele que esa mejoría económica muchas veces viene acompañada de discriminación y trata de personas.
Y esta última –considerada como el comercio ilegal de seres humanos con propósitos de esclavitud laboral, mental y reproductiva, así como explotación sexual, trabajos forzados, extracción de órganos o cualquier forma de esclavitud moderna– afecta a más de 20 millones de personas alrededor del mundo.
Pero más allá de esas cuentas históricas y la realidad abrumadora actual, el pasado diciembre se creó un comité binacional para la protección de niños y niñas en el área fronteriza entre Haití y República Dominicana, luego de un foro que reunió a actores de la cadena de defensa de infantes de ambas naciones caribeñas como la Brigada de Protección Juvenil, la Oficina Nacional de Migración, la Oficina de Protección Ciudadana, el Servicio Jesuita para Migrantes y los Servicios Católicos de Relief.
Habría que ver si de la mano de estas organizaciones viene el desmontaje de estereotipos y la mirada trasciende el «cómodo» yin yang que mediáticamente han querido contraponer para comparar a un Haití negro y pobre y una República Dominicana blanca y floreciente..
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