Por Emir Sader - Página/1 - 11/11/2019
En Argentina, la izquierda perdió, volvió a disputar
democráticamente las elecciones y ha ganado.
En Brasil, Lula tuvo reconocidos sus derechos y se reincorpora a la lucha democrática en contra de un gobierno elegido por maniobras antidemocráticas.
En Uruguay, el Frente Amplio lucha con todas sus fuerzas para mantener su gobierno.
En Chile, el pueblo pelea democráticamente por el derecho a tener una Constitución democrática.
Lopez Obrador, después de tantos intentos, ejerce democráticamente el gobierno para el cual fue elegido por aplastante mayoría por el pueblo mexicano.
En Bolivia, la derecha cuestionó el resultado electoral, con el apoyo de la OEA, que pidió hacer el recuento de los votos, con el acuerdo del gobierno de que sería un resultado vinculante. Sin embargo, de forma sincronizada, la misma OEA paralizó el recuento y propuso nuevas elecciones, con un nuevo Tribunal Electoral. Evo lo aceptó, anuló los resultados electorales y convocó a nuevos comicios.
Pero la derecha ya se había radicalizado.
Mesa fue desplazado por una alternativa de extrema derecha, originaria de Santa Cruz de la Sierra, dirigida por Luis Fernando Camacho, que desde un comienzo planteó la renuncia de Evo y se dirigió a La Paz para hostigar directamente al gobierno.
A ello se sumaron acciones violentas, indispensables para que el golpe pudiera cuajar: se rebelaron policías de algunas provincias, acciones directas en contra de las casas de gobernadores del MAS, del presidente de la Cámara de Diputados, de ministros del gobierno, de la hermana de Evo se fueron diseminando, contando con la ausencia de la policía.
Finalmente, las fuerzas armadas, que se habían pronunciando inicialmente, en el sentido de que actuarían en contra del pueblo, terminaron presionando a Evo para que renunciara.
Para frenar la ofensiva violenta de la derecha, Evo presentó su renuncia, así como su vice, Alvaro García Linera, como forma de defender a los que son víctimas de las acciones violentas. Se consolidó así un golpe militar más en Bolivia.
Un país que, antes del gobierno de Evo, era el campeón de los golpes militares, de inestabilidad política en el continente. En que su elite blanca resistió todo lo que pudo al gobierno de más éxito en la historia de Bolivia, justamente presidido por un líder indígena.
No importa las historias que van a contar. Es un golpe, que rompe con la continuidad democrática existente desde la primera victoria electora de Evo Morales, en 2005. La renuncia de Evo se hace bajo la presión militar, de acciones violentas de comandos de la derecha, de la alianza de todos los sectores opositores. Se interrumpe un gobierno reelegido por la gran mayoría de los bolivianos, que ha aceptado la propuesta de la OEA de nuevas elecciones con nuevo Tribunal Electoral.
¿Qué hace entonces la OEA, cuando su propuesta fue aceptada por el gobierno, pero las FFAA impusieron a Evo su renuncia? Actuaba supuestamente para defender la transparencia de la democracia en Bolivia. Y ahora, ¿qué? ¿Cómo va a actuar para garantizar el resto del mandato de Evo --que iba hasta enero-- y las nuevas elecciones democráticas? ¿Va a denunciar el golpe, como lo hizo en Honduras y en Paraguay --pero no en Brasil-- y punir a los que asuman el gobierno en Bolivia?
Después del intento de golpe en contra de Hugo Chávez, en 2002, los golpes no fueron más admitidos en la región.
Cobardemente, se aceptó el golpe en contra de Dilma Rousseff, por la apariencia legal del “lawfare”.
Pero Honduras y Paraguay fueron punidos.
Derrotada en las urnas y sintiéndose sin condiciones de ir a nuevas elecciones en contra de Evo, la derecha hace lo que sabe hacer: dar un golpe.
La primera década de este siglo ha sido dominada por gobiernos progresistas, todos elegidos y reelegidos democráticamente. La segunda década ha estado marcada por una contraofensiva conservadora, que ha restaurado el modelo neoliberal en Argentina, en Brasil, en Ecuador, por la vía democrática en el primero caso, por vías antidemocráticas en los otros dos. Argentina ha recuperado un gobierno popular democráticamente.
La izquierda supo resistir a los retrocessos del gobierno Macri, fortalecerse y triunfar.
En Brasil, Lula resistió su prisión injusta, salió de la cárcel para comandar la lucha democrática.
En Bolivia y en Uruguay se disputa la tercera década del siglo. Derrotada electoralmente, la derecha apela a un golpe en contra del gobierno de Evo.
El futuro del continente vuelve a estar abierto. Argentina y México se vuelven los ejes de la reconstrucción del eje progresista.
Brasil vuelve a ser el escenario decisivo sobre el futuro del continente y Lula es el actor que puede ser determinante en lo que pase en Brasil y en Latinoamerica.
En Brasil, Lula tuvo reconocidos sus derechos y se reincorpora a la lucha democrática en contra de un gobierno elegido por maniobras antidemocráticas.
En Uruguay, el Frente Amplio lucha con todas sus fuerzas para mantener su gobierno.
En Chile, el pueblo pelea democráticamente por el derecho a tener una Constitución democrática.
Lopez Obrador, después de tantos intentos, ejerce democráticamente el gobierno para el cual fue elegido por aplastante mayoría por el pueblo mexicano.
En Bolivia, la derecha cuestionó el resultado electoral, con el apoyo de la OEA, que pidió hacer el recuento de los votos, con el acuerdo del gobierno de que sería un resultado vinculante. Sin embargo, de forma sincronizada, la misma OEA paralizó el recuento y propuso nuevas elecciones, con un nuevo Tribunal Electoral. Evo lo aceptó, anuló los resultados electorales y convocó a nuevos comicios.
Pero la derecha ya se había radicalizado.
Mesa fue desplazado por una alternativa de extrema derecha, originaria de Santa Cruz de la Sierra, dirigida por Luis Fernando Camacho, que desde un comienzo planteó la renuncia de Evo y se dirigió a La Paz para hostigar directamente al gobierno.
A ello se sumaron acciones violentas, indispensables para que el golpe pudiera cuajar: se rebelaron policías de algunas provincias, acciones directas en contra de las casas de gobernadores del MAS, del presidente de la Cámara de Diputados, de ministros del gobierno, de la hermana de Evo se fueron diseminando, contando con la ausencia de la policía.
Finalmente, las fuerzas armadas, que se habían pronunciando inicialmente, en el sentido de que actuarían en contra del pueblo, terminaron presionando a Evo para que renunciara.
Para frenar la ofensiva violenta de la derecha, Evo presentó su renuncia, así como su vice, Alvaro García Linera, como forma de defender a los que son víctimas de las acciones violentas. Se consolidó así un golpe militar más en Bolivia.
Un país que, antes del gobierno de Evo, era el campeón de los golpes militares, de inestabilidad política en el continente. En que su elite blanca resistió todo lo que pudo al gobierno de más éxito en la historia de Bolivia, justamente presidido por un líder indígena.
No importa las historias que van a contar. Es un golpe, que rompe con la continuidad democrática existente desde la primera victoria electora de Evo Morales, en 2005. La renuncia de Evo se hace bajo la presión militar, de acciones violentas de comandos de la derecha, de la alianza de todos los sectores opositores. Se interrumpe un gobierno reelegido por la gran mayoría de los bolivianos, que ha aceptado la propuesta de la OEA de nuevas elecciones con nuevo Tribunal Electoral.
¿Qué hace entonces la OEA, cuando su propuesta fue aceptada por el gobierno, pero las FFAA impusieron a Evo su renuncia? Actuaba supuestamente para defender la transparencia de la democracia en Bolivia. Y ahora, ¿qué? ¿Cómo va a actuar para garantizar el resto del mandato de Evo --que iba hasta enero-- y las nuevas elecciones democráticas? ¿Va a denunciar el golpe, como lo hizo en Honduras y en Paraguay --pero no en Brasil-- y punir a los que asuman el gobierno en Bolivia?
Después del intento de golpe en contra de Hugo Chávez, en 2002, los golpes no fueron más admitidos en la región.
Cobardemente, se aceptó el golpe en contra de Dilma Rousseff, por la apariencia legal del “lawfare”.
Pero Honduras y Paraguay fueron punidos.
Derrotada en las urnas y sintiéndose sin condiciones de ir a nuevas elecciones en contra de Evo, la derecha hace lo que sabe hacer: dar un golpe.
La primera década de este siglo ha sido dominada por gobiernos progresistas, todos elegidos y reelegidos democráticamente. La segunda década ha estado marcada por una contraofensiva conservadora, que ha restaurado el modelo neoliberal en Argentina, en Brasil, en Ecuador, por la vía democrática en el primero caso, por vías antidemocráticas en los otros dos. Argentina ha recuperado un gobierno popular democráticamente.
La izquierda supo resistir a los retrocessos del gobierno Macri, fortalecerse y triunfar.
En Brasil, Lula resistió su prisión injusta, salió de la cárcel para comandar la lucha democrática.
En Bolivia y en Uruguay se disputa la tercera década del siglo. Derrotada electoralmente, la derecha apela a un golpe en contra del gobierno de Evo.
El futuro del continente vuelve a estar abierto. Argentina y México se vuelven los ejes de la reconstrucción del eje progresista.
Brasil vuelve a ser el escenario decisivo sobre el futuro del continente y Lula es el actor que puede ser determinante en lo que pase en Brasil y en Latinoamerica.
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