"La vida no es la que uno vivió,
sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla" dijo Gabriel
García Márquez en una de las últimas entrevistas que concedió. Los jóvenes de
los años 70 esperaban impacientes en las librerías las sucesivas ediciones
de su novela Cien años de soledad, porque una vez
leída querían conservarla y regalar otros ejemplares a los seres queridos, como
si se tratase de una joya. Y lo era, sin duda.
La Argentina se enorgulleció de este notable descubrimiento editorial,
debido a la gran intuición de Francisco Porrúa, de Sudamericana, cuando esa empresa era nacional. Ocurrió en 1967, el mismo año en que murió
Ernesto Che Guevara. Como una suerte de justicia poética, el arte nos concedía
esa obra a cuyo conjuro pudimos comprender mejor a Nuestra América, la que se extiende al sur
del Río Colorado, y sentirnos parte de ella. Nos reconocimos herederos de un
riquísimo mestizaje cultural. Y supimos que
Macondo puede estar en La Pampa, o en Santiago del Estero, en Misiones, en San
Luis o en un barrio suburbano. Que el cacicazgo que soportaban muchas
provincias nuestras era y es parte de esas burguesías latinoamericanas que se
beneficiaron de los frutos de nuestra Primera Independencia, a la que
traicionaron para ponerse al servicio del imperialismo yanqui. Y que la rapacería
de la United Fruit se reeditaba en otros países hermanos, explotando el estaño
en Bolivia, el petróleo en Venezuela, las esmeraldas en Colombia, los ganados y
las mieses en la Argentina.
Nuevas generaciones redescubrieron a
Gabo en ésa a la gran novela latinoamericana y una de las más altas en el
parnaso universal, una obra que tan bien
nos describe y que reafirma una estética muy nuestroamericana, donde lo
imaginario nos ayuda a aprehender lo real, y donde la verdad puede ser trágica,
apasionante, risueña y feliz, pero siempre sorprendente y maravillosa, siempre
más alta que el vuelo silvestre de la perdiz.
A cien
años de soledad siguieron otras tan
bellas como El coronel no tiene quien le
escriba, o como El amor en tiempos
del cólera. Pero Cien años de soledad
fue la que impulsó la universalización del llamado boom de la literatura
latinoamericana, que resignificó las obras de Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias
y Alejo Carpentier, y potenció la resonancia de Rayuela de Julio Cortázar, las novelas de Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti,
Augusto Roa Bastos, Carlos Fuentes, y los cuentos de Jorge Luis Borges.
Después supimos del gran periodista
que había en Gabo, a quien debemos La
aventura de Miguel Littin clandestino en Chile y Entre
cachacos, en cuanto a textos periodísticos. Y en cuanto a creación de
instituciones de trascendencia, la primordial es la fundación de la agencia de
noticias Prensa Latina, junto con los argentinos Rodolfo Walsh, César Massetti
y Rogelio García Lupo, y el uruguayo Carlos María Gutiérrez. En La Habana trabó
amistad con Ernesto Guevara y Fidel Castro; no podía ser sino así. Muerto el Che en Bolivia, la hermandad con
Fidel y la Revolución Cubana se reafirmaría y prolongaría hasta el fin de sus
días.
Se nos fue Gabo en Jueves Santo, a los
87 años, y con él se nos fue una parte muy importante de nuestras existencias. Su nombre y su obra jamás serán olvido. Es
innegable su aporte literario y militante al resurgimiento del sueño de la
Patria Grande. Al recibir en 1982 el Premio Nobel, Gabriel García Márquez dijo
ante la Academia Sueca:
Un día como el de hoy, mi maestro
William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del
hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no
tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la
humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora
nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad
sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una
utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el
derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación
de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie
pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el
amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de
soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.